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lunes, 20 de junio de 2016

Rucita

Ese domingo despertó angustiada por una pesadilla recurrente: Timo, Pacho y Bomo, los más grandotes y pendencieros de la clase, la hostigaban en un rincón, se reían y trataban de meter sus manos debajo de su capa. Respiró por un momento aliviada cuando cayó en la cuenta de que era sábado y que por dos días quedaba a salvo del bullying. Inmediatamente recordó que la vianda semanal para la abuela, la esperaba en el freezer para sumar a la canasta con GPS para seguir el camino correcto que ya conocía de memoria hacia la casa de su abuela, con provisión de ropa limpia,  las galletas que la misma Rusita había preparado el viernes por la tarde mientras hacía las tareas  y un nuevo libro de cuentos para leerle.
La abuela crió a Rucita sus primeros cinco años, cuando su madre decidió buscar trabajo en la textil del pueblo y establecerse allí para alimentar a las tres. Al comenzar la edad escolar Rucita pasó a vivir con su madre en el  pueblo y ahora que la abuela  no podía leer por su vista disminuida ni otras muchas cosas, ella se sentía feliz de poder compensar ese regalo. Como cuando quisieron llevarla a vivir al pueblo con ellas se negó con la firmeza de siempre, aprovecharon el viejo molino para armar un generador de autonomía sustentable que le daba energía a la casa, la proveía de agua  caliente, alimentaba el microondas donde se calentaba las viandas convenientemente fraccionadas y le otorgaron una vida apacible con los mínimos riesgos del caso en su casa de bosque.
La mamá de Rucita había preparado el día anterior  las viandas para toda la semana, como parte del organigrama de su único día de franco en la fábrica de capas en la que que trabajaba a destajo incluso los fines de semana. Por eso para Rucita esta tarea era un momento feliz de la semana. Eran 2 horas de ida y 2 horas de vuelta. Rucita trataba de volver siempre para salir del bosque antes de que cayera la luz pero no siempre lo lograba, entretenida como se quedaba muchas veces escuchando anécdotas de su abuela, compartiendo música o leyendo cuentos. Eso le valió muchos sábados por la noche peleas con su madre, que se preocupaba por los peligros que podían acecharla.
Ese sábado, como otras tantas veces quiso evitar esas peleas ignorando el GPS,  agarrar con la bicicleta por el atajo le ahorraba una hora (al menos de ida) y eso le garantizaba llegar de vuelta a una hora que su madre consideraba prudente.
Enfiló con la bici por el caminito oculto que atravesaba en diagonal el bosque hasta el claro donde estaba en la casa de su abuela y respiró profundamente disfrutando de los distintos olores y sonidos. En un momento casi descarrila con la bici en un desnivel y en la maniobra para no caer saltó hacia abajo la canasta. Sin inquietarse Rucita apoyó a bici en un árbol, bajó con cuidado la explanada natural, recuperó la canasta, comprobó que todo siguiera en  orden, vio el GPS que marcaba en ese instante una luz en rojo, lo desconectó y subió con tranquilidad a recuperar su bicicleta.
En la escalada escuchó un gemido lastimero entre unos arbustos y se asomó a investigar. Primero le pareció un perro herido, pero a poco de observar descubrió que era un lobezno.
-Te caíste? .preguntó Rucita pensando que estaba herido.
-Me empujaron –contestó el lobezno con voz dolorida.
-¿Por qué? ¿Quiénes?
-Los otros cachorros de la manada. Como tengo una espina en la pata y no corro tan rápido como ellos se burlan de mí de todas maneras posibles y cuando pueden, me la dan.
-¿Y vos por qué estás hablando conmigo si sos un lobito?
-Porque mi papá era lobizón y me criaron con los dos idiomas.
-Ah, entonces seguro que lo de tus amigos es pura envidia -quiso reconfortarlo Rucita.
-¿Y vos qué hacés con una capa de lluvia roja en un día de sol?
-Mi mamá trabaja en la fábrica de uniformes para los bomberos. Una vez al año le regalan una capa y es el único abrigo que puedo tener. Por eso te entiendo, los chicos en la escuela me hacen la vida de a cuadritos. Ya no importa que me saque la capa una cuadra antes de llegar a la escuela cuando no hace tanto frío, me tienen de punto.
-Me duele el golpe y la espina ¿no tendrás nada en tu canasta que me alivie?
-No esta vez, sólo comida y ropa limpia para mi abuela que vive sola en el claro del bosque… Aunque, dejame ver si no quedó en el fondo una pomada de alcanfor que me olvidé de dejarle la semana pasada.- Rucita revisó el fondo debajo de las viandas, los camisones y las toallas y tanteó la lata de pomada, la sacó, se sacó el guante de lana roja, la abrió con cuidado y untó el dedo índice dentro de la lata que volvió a cerrar enseguida con cuidado.
-¿Dónde te golpeaste? Te paso la pomada en el golpe y trato de sacarte la espina con la uñas.
El Lobo se lamió la zona de su pata trasera golpeada y le mostró la espina, clavada en la pata delantera.
-Traté de sacarla con los dientes pero no hubo caso, está muy hundida entre los dedos.
-No te preocupes, ahora la engancho con mis uñas y después te pongo algo más de pomada para que no se te infecte.
-¿Todas las semanas pasás por aquí? No es un lugar seguro para nenas como vos.
-Ya lo sé, pero así tengo más tiempo para estar con mi abuela y por este camino nunca tuve problemas.
-¿En el claro me dijiste que vive? -preguntó el lobo sin dejar de observar las maniobras curatorias de Rucita- Yo conozco otro atajo que te puede ahorrar mucho más tiempo: ¿Ves ese caminito que sale del roble alto? (señaló un árbol a pocos metros junto al que nacía un sendero que se hundía en lo más profundo del bosque) Ese va directo al claro sin desvíos, pero tené cuidado que no se te pinche la bici. Si querés te puedo acompañar para que llegues más segura.
-No te preocupes, no me va a pasar nada, soy muy rápida con la bicicleta y vos todavía estás dolorido.- respondió Rucita mientras guardaba el tarro con la pomada y tomó con entusiasmo el nuevo atajo revelado por el lobezno bilingüe.
El lobo observó cómo se iba por el sendero, se desperezó dejando ver su enorme talla que mantuvo encogida durante todo el encuentro con la joven y partió corriendo por el atajo que Rucita utilizaba burlando al GPS.

….continuará

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