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martes, 11 de septiembre de 2012

En defensa de la meditación y las técnicas de respiración. Con independencia de los ladrones que pretenden erigirse en dueños del negocio

Es un poco triste sambullirse en este tema justo ahora que hay un chanta erigido en líder en la Ciudad de Buenos Aires que tuvo el caradurizmo de patentar técnicas orientales milenarias. Antes de pasar a experiencias propias, me resulta interesante aunque me tilden de ingenua destacar que, si quienes manejan las políticas planetarias no pensaran más que en los beneficios propios, resultaría interesante que la humanidad toda comprendiera que si de la globalización no sacamos la ventaja de rescatar lo mejor de cada cultura no sé qué mejor ventaja se puede encontrar. Esto hablando de las ventajas para la humanidad toda y no para aquellos a quienes ni siquiera les importa si están quemando la casa (léase planeta tierra) pensando en la inmediatez de sus bolsillos y absolutamente desinteresados no solo del futuro de los recursos naturales, que debiéramos aprovechar sin explotar a toda costa y en especial a costa de la misma fuente de estos recursos, sino también de las futuras generaciones. Por otro lado me parece lamentable que se intente ningunear al chanta erigido en líder por su aspecto diferente y no por la doctrina política nefasta que procura promover. Volviendo a la meditación y las técnicas de respiración creo que no se pueden ningunear los efectos y alcances, porque cualquier desprevenido puede ser con estos métodos captado por una secta y convencido de que ha entrado en contacto con la materia de la "divinidad". Con la respiración no solo se puede manejar la presión arterial y otros valores, se puede modificar la percepción de la conciencia y hasta no se si matar a quien intenta asomarse sin alguna precaución. En mi caso es una materia pendiente porque hasta el momento me resultó difícil encontrar un espacio donde se realicen estas prácticas sin que te quieran modificar todo el estilo de vida. Creo que si la meditación, el yoga, etc. te llevan a cambiar el estilo de vida está muy bien; pero si te plantean en cambio el impedimento de la práctica por no cambiar previamente el etilo de vida, encaramos mal la cosa. La primera experiencia constatable la tuve cerca de los 18 años. Estaba en mi cama a con dificultades para dormir y mi hermana me sugirió un ejercicio que había leído en un libro de yoga que trajo mi hermano a casa. Todo se resume a manejar la respiración, proyectar internamente imágenes y desde allí se pueden lograr cosas increíbles. El ejercicio mencionado consistía en previamente respirar profundo, con los años aprendí que es mejor intentar hacerlo con el abdomen y soltar el aire suave y lentamente, sin expulsarlo por la boca sino imaginar que se escapa despacito por el sector que abarca en nuestra cabeza la nariz, orejas y pómulos. En medio de este proceso, y mientras nos relajamos, vamos imaginando que nuestro cuerpo todo es una bolsa de arena que pesa con todas sus moléculas sobre la base que nos sostiene (en el caso que cuento era el colchón de mi cama). Mientras tanto se van reconociendo puntos de tensión o molestia, se envía mentalmente el aire que se aspira hacia esos puntos para relajarlos y, una vez conseguida una relajación sin molestia vamos proyectando la siguiente sensación: no siento los pies, no siento las pantorrillas, no siento las rodillas y así subiendo lentamente. Un lijero cosquilleo debe apoderarse de cada parte que vamos "sintiendo no sentir" si es que lo estamos haciendo bien. Cuando lo realicé, me fue ganando la sensación de que, cada parte que imaginaba no sentir, se convertía en un campo energético que se despegaba de esa parte de mi materia para flotar pocos centímetros por encima de la misma. Así, llegada al pubis y las caderas, mis piernas parecían estar elevadas a 25º desde las ingles hasta los pies y sin embargo seguían reposando en la cama. Así seguí subiendo mentalmente por mi cuerpo, desviándome hacia los brazos y las manos al llegar a los hombros y volviendo a subir. Es preferible usar algo que nos ayude a conservar el calor porque realmente la respiración se va lentificando hasta lo imperceptible y llega un momento en que la materia se hace sentir si pierde mucha temperatura. Lo cierto es que, cuando llegué a decir "no siento la cabe...za" en esos tres puntos suspensivos pude sentir cómo mi ser bioenergético (que cada quien le ponga el nombre que quiera) comenzó a flotar separado de mi cuerpo. En la habitación a oscuras, con la luz de la calle entrando por la ventana a mi izquierda, pude verme subir/flotar hacia el techo de mi pieza mientras la luz de la ventana iba pasando a estar debajo mío, a la izquierda. Entonces recordé todo lo que cuentan de la gente que ha tenido experiencia de salir de su cuerpo o de estar algunos minutos sin vida, me pegué un susto enorme y volví inmediatamente a mi caja corporal. Muchos podrán preguntarme qué había tomado o fumado entonces. Hasta ese momento de mi vida no había experimentado con nada más que algo de tabaco común y el dedito de vino tinto en el vaso lleno de soda con que acompañabamos la comida en casa. Lo cierto es que con el tiempo nunca pude volver a lograr ese resultado con nada de lo que luego intenté. Años más tarde introduje esta técnica fusionada con la de relajación previa a la clase que aprendí en un curso de teatro, sentados en una silla, con la cabeza colgando jugando con unos amigos y muchos se asustaron de lo que sintieron. Uno de ellos me previno "ojo con estas cosas porque tengo un amigo que lo hizo, no pudo volver del todo y quedó paralítico de un brazo" mintió. Habrá quienes quieran llamarlo autosujestión. Llámenlo como quieran pero mi experiencia fue esa. Dos veces más me pasaron cosas parecidas pero ninguna como éstas. Una vez, en una reunión con mi hermana, su pareja y la mía, compartimos un porrito que no parecía estar en muy buen estado. En un momento dado y no recuerdo porqué estallé en carcajadas, de una carcacajada inspirada (es decir respirada para adentro) pasé a un estado de introspección. Fue como si todo mi ser se refugiara en un punto (interno o externo, pero de naturaleza cósmica y escencial), donde pude reconocerme por completo, sentí una paz nunca más experimentada y poco a poco volví con los sentidos al lugar donde estaba. Entonces abrí los ojos, miré a las otras tres personas de mi absoluta confianza que estaban conmigo, y la paz fue reemplazada por la enorme tristeza de comprender que estas personas tan cercanas nunca iban a tener la oportunidad de conocerme tal cual yo era ni yo a ellas. Creo que lo que pude sentir, fue precisamente esa conciencia palpable de que internamente estamos absolutamente solos, contrariamente a lo que imaginamos y a lo que sentí al volver de ese estado, no me produjo angustia sino una inmensa paz. La tercer experiencia fue larga y vengo a descubrir ahora que no fue una sino muchas. Ninguna tan intensa pero sí profundas y curiosas.  Sucedieron durante las clases de técnica de liberación de la voz que realicé con una maestra enoooorme que daba clases en el Teatro General San Martín, Cuando la conocí a Marta Sánchez ya era de esas personas de edad indefinible pero milenarias y a las que todavía les falta mucho tiempo para irse. Ella trabaja con la respiración y de a poco el movimiento bioenergético se iba dando solo. Comenzábamos siempre la clase respirando lentamente y caminando en círculos. Primero con la parte externa de los pies, luego con la interna, luego con los talones y finalmente con la punta delantera de plantas y dedos. Era en ese momento en que nos hacía notar que al ir en puntas de pie el aire no llegaba a la base de los pulmones, y también nos hacía refleccionar sobre lo que sucedía con la respiración de las personas que se pasan todo el día en tacos altos. Después de esa introducción siempre planteaba un ejercicio diferente, cuyo resultado terminaba sorprendiéndonos y culminábamos la clase cantando algo preseleccionado por ella con acompañamiento de piano. Nunca tango porque según aseguraba el tango movilizaba chacras negativos que ella prefería dejar dormidos. Esta fue una de las razones por las que dejé de cursar con ella en lugar de centrarme más en lo que estaba logrando que en lo que quería lograr. Es ahora que lo escribo que descubro el error. No era la sorpresa el objetivo sino lograr el estado para que esa magia -que no es nada más ni nada menos que química, física y mecánica corporal en movimiento- se produjera. Me faltan las palabras para describir lo que nos sucedía durante las clases al grupo. A veces nos hacía soltar todos una nota elegida internamente y sonábamos como un solo sonido, hermoso, armónico y diversamente facetado, el brillo de cada uno sumado en una sola cosa. Otras veces nos hacía musitar desde el escenario del salón donde estudiábamos, a otro alumno colocado detrás de la última fila de butacas y nos escuchábamos y nos entendíamos perfectamente. El resultado cotidiano después de estas clases era que me sentía de maravillas y la gente que me llamaba por teléfono no reconocía mi voz. Marta decía que mi voz natural era un tono más alto y así sonaba después de una clase con ella.. Adquiría relajación y el mejor equilibrio bioenergético y emocional que podía tener en ese momento. Creo que fue por entonces que acuñé la frase "Todos somos la misma combinación de amvalencias interactuando en diverso estado de equilibrio.
Pasado al segundo año, vi que los ejercicios se repetían y habían perdido su efecto sorpresa. Al año siguiente se lo manifesté a Marta y ella me invitó a participar de un nivel más complejo, mayormente conformado por gente de la lírica. El primer día de clase se inició con la caminata y respirada en ronda habitual. Al terminar este precalentamiento dijo "Ahora párense donde estén y busquen una posición cómoda porque van a estar así un largo rato". Obedecí con los ojos cerrados y recuerdo que pensé "me parece que esto es menos entretenido que el nivel anterior". Sin embargo ella aclaró "Abran los ojos porque van a trabajar también con la mirada". Fue en ese momento en que, al subir los párpados, me topé con un lazo de amor que había en una maceta en el balcón frente a mí. Esa imagen me llevó de golpe al patio de la casa de mi abuela, a mi subiendo la escalera caracol que allí había, a mi abuela diciéndole con un gesto y cabeceo a mi mamá "ésta chica", a mi mamá asintiendo, a la imagen de mi sobrina como una extensión de esa relación y del ser de mi abuela (me resulta difícil detallar y explicarlo bien porque todo esto se dio de forma conjunta) y me largué a llorar con una angustia que me duró toda la clase. La profesora aprovechó mi ejemplo para decir "¿Ven porqué estas cosas no pueden ser dirigidas por cualquier persona sin experiencia? No saben qué pueden desatar y si lo pueden controlar". Una mujer de una sabiduría enorme Marta Sánchez. Me detuvo un día que mi voz sonó doble y me mandó al foniatra. Yo bromeé y le propuse seguir como un dúo. Finalmente no fui a ningún foniatra pero ahí descubrí que sin equilibrio tampoco podía seguir porque afectaba al equilibrio grupal. Tenía que trabajar otras cosas.Y no es raro que ahora que inauguro mi desbloqueo con este blog, valga la cacofonía, casi todo lo que me sale escribir tenga que ver con la voz y con la expresión.
Volviendo al tema, hasta aquí mi historia con la aproximación a lo que pueden ser ejercicios de meditación combinados con técnicas de respiración. Nada de lo contado es invento. Lo escribí con la necesidad de poner en claro, ahora que se bastardean tanto estas técnicas y disciplinas milenarias, que les tengo un absoluto respeto y me encantaría dominarlas. Si a alguien le sirve todo esto, mucho mejor.

lunes, 10 de septiembre de 2012

La memoria no almacena lo que has vivido sino las interpretaciones subjetivas de lo que  has vivido. Alejandro Jodorowsky.


Las diversas posiciones ideológicas y culturales, ni hablar de las diferentes cosmovisiones, hace que necesariamente existan las interpretaciones múltiples. Es justamente por estas cuestiones que se dice que la comunicación humana es una ilusión. Pero lo de la subjetividad es más que intesante. En mi caso llegué a descubrir que puedo ver varias veces una misma película y leer cosas diferentes de acuerdo al estado de ánimo, a los temas que me dominen en ese preciso momento y obviamente con el rebote interno que produzca la mayor o menor experiencia en cada etapa de la vida.  Este aporte interno del expectador convierte a ese hecho artístico, que se pretende terminado una vez cerrada la edición, en otro múltiple según las lecturas que un mismo expectador realice en cada etapa de su vida. Aporte que además resulta independiente de los distintos niveles de lectura que el creador del hecho artístico haya impreso en el mismo.

Por amor al arte

La música entró en mi vida por la radio y las reuniones familiares, más tarde por la tele y el tocadiscos llegó unos años después. Desde chica tuve facilidad para aprender de inmediato las canciones que me gustaban. Las cantaba a voz en cuello y si no tenía ninguna vergüenza de quien me pudiera escuchar, mucho menos tenía conciencia de que alguien pudiera juzgarme por lo que escuchaba. La voz fluía limpia y no exagero cuando digo que mi registro alcanzaba a la vilipendiada Gina María Hidalgo, a quien en mi casa tildaban (injustamente, siempre creí) de cantante lírica frustrada. Esta afición hizo que rápidamente, cuando se designó a una maestra para preparar los actos en mi escuela primaria, fuera convocada para formar parte de lo que constituyó un intento de coro. Habremos sido diez los alumnos agrupados inicialmente en un aula desocupada y muy soleada. La maestra trajo varias canciones folclóricas para practicar y durante un buen rato intentó sin suerte sacar de ese grupo algo que sonara armonioso. Con paciencia y entusiasmo, al ver que la cosa no funcionaba, recuerdo que intentó comenzar por el principio y lograr aunque más no sea una escala que sonara bien. No había caso. Entonces hizo callar a todos y me pidió que fuera yo sola desde el do hasta el si para que todos vieran cómo hacerlo. Arranqué con entusiasmo y deleite hasta que, al llegar al sol, algo que no pude precisar en la mirada del resto de mis compañeros no me hizo sentir bien, por lo que rematé con un si en falsete, desentonado y chirriante que lastimó los oídos de todos. Creo que ya entonces tomé la decisión de rehuirle a la competencia entre pares y de ocupar el lugar de ejemplo para nadie. No se si fue por eso, si fue ese mismo año o más tarde, pero lo siguiente que recuerdo es haber elegido una canción que yo conocía bien del repertorio que trajo la maestra. Si no me equivoco era la Canción del adiós que yo tenía bastante escuchada por Horacio Guaraní en la radio. Debía ser cierto que cantaba bien porque en un momento, la maestra me interrumpió y llamó a otras docentes para que escucharan mi interpretación.
Yo cursaba entonces tercer grado, es decir que tenía 8 años cumpliditos y era todo lo pavota que se puede ser a esa edad. Me pusieron a preparar la canción con el único alumno que tocaba el piano en la escuela. No sé si él andaría por séptimo grado pero por su altura era casi seguro. Es más, era tan alto que parecía alumno de escuela secundaria, pero en mi escuela primaria no funcionaba un secundario de modo que no podía tener más que 12 años. Flaco, blanco pálido, tímido al extremo y con todo el aspecto de ser un hijo único muy sobre protegido, controlado y mimado.
Recuerdo claramente que yo estaba en tercer grado porque un día vinieron a buscarme para ensayar al aula de primer piso donde lo cursé. Me llevaron a otra aula vacía, a la vuelta del pasillo, donde ya habían ubicado al piano y el pianista estaba sentado frente al instrumento, dispuesto para la práctica. La maestra nos dejó trabajando, yo me largué a cantar y él tanteaba los acordes buscando los correctos para acompañarme. En algún momento la cosa empezó a sonar bastante bien, el piano y mi voz se fueron fusionando armoniosamente y en un momento todo fue música. Los ojos semicerrados y el alma puesta en las notas que brotaban de mi garganta con fluidez, emocionada al sentirme por primera vez, especialmente acompañada por un piano. Sospecho que andaba por la parte más intensa de la canción, si no me equivoco y fue otro tema dado que la Canción del adiós no me parece muy escolar. Pero si realmente fue esa, debía andar por la parte que dice "Este cariño mío, apasionado y loco, me lo sembré en el alma, para quereeeerte asiiiií...". Tan ensimismada estaba en ese climax musical que no advertí en qué momento fue que el piano dejó de sonar. Sólo se que abrí los ojos al sentir unos labios cerrados en pico sobre los míos, para ver al largo y tímido muchacho, tomándome por los hombros. Ahora puedo imaginar lo que debe haber sido la escena de ese larguirucho sensible que sin dudas no pudo resistir el impulso de besar a ese chichón del suelo canoro que era yo (si hoy no supero el metro cincuenta y cinco, imagino lo diminuto de mi aspecto entonces). Lo cierto es que, muerta del susto, salí corriendo, pegué un portazo, volví a mi curso, entré con un permiso musitado en un hilito de voz y tomé asiento sin decir palabra. La maestra siguió dando clase sin preguntar palabra y habrá dado por sentado que el ensayo había concluido. Nunca dije una palabra respecto de lo que había pasado, ni en la escuela ni en mi casa. Tampoco recuerdo haber hecho otro ensayo ni haber cantado sola sobre el escenario acompañada por este alumno. Así que lo más probable es que él, muerto de  miedo,  haya contado lo que pasó y, ante mi silencio, toda la situación se haya disuelto en la nada. Para mí, el  hecho quedó recluido al olvido por muchos años. Cuando pude recordarlo siendo mayor, imaginé lo mal que la debe haber pasado este chico. Nunca se me ocurrió pensar que tal vez que dejé pasar impune a un proyecto de violador. Si recuerdo con certeza que su actitud no tuvo ni el más mínimo tizne que me permitiera pensar en algo pecaminoso. Hasta me sentí mal por él y creo que por eso no lo denuncié. Fue simplemente un impulso inevitable, motivado por amor al arte.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Es parte de la religion

Ese 5 de septiembre de 1975 todos los jovenes que nos dirigimos al Luna Park fuimos parte de una comunión tácita.
Dos años antes había recibido el golpe de Pinochet saltando sobre el escritorio de mi pupitre de segundo año del secundario, cantando a gritos "Atención, atención, toda la cordillera va a servir de paredón" en lo que supo ser la división de segundo más quilombera del colegio. Así se denominaba entonces a los adolescentes que supuestamente aprovechabamos la excusa política para distraernos de la lección escolar. Yo formaba parte a su vez del grupo más quilombero de ese sector del alumnado. Un grupo conformado por compañeros de diversas inclinaciones políticas pero unidos en ese interés por lo que venía sucediendo más allá de los muros del colegio, más allá de las fronteras, más allá de los libros de estudio. Discutíamos sobre de quién fue la culpa por lo que pasó en Ezeiza, por ejemplo, cada uno convencido de estar en lo cierto pero hermanados en el afecto más allá de las diferencias ideológicas.
Esa primavera y ese verano fui a ver en vivo a Charlie y a Nito en dos lugares: el boliche El Cepo de Ramos Mejía y el Club Argentino de Castelar, donde vivía mi prima y donde me enamoré por primera vez a primera vista.
Al año siguiente, aquella división fue atomizada y repartida en las otras tres divisiones de tercero. La comisión de delegados había sido disuelta y el bullicio entusiasta fue reemplazado por prolijas filas caminando en silencio hacia las aulas.
La cercana muerte de Perón, el crecimiento de las tres A y el advenimiento del golpe militar, más que olfatearse en el aire, ya comenzaba a cortar la respiración.
En cuarto año, ya me encontraba rodeada de compañeros más interesados en la marca de ropa que se ponían para ir a bailar a boliches oscuros, que en la música nacional y los recitales de rock.
Las ruedas de guitarra, el fogón y la comunión adolescente había sido reemplazada por valores más mezquinos, por la segregación al diferente y el prejuicio.
Para mí, que había atravesado toda mi educación formal en esa escuela pública que incluía a clase media menos que más pudiente con chicos que venían de la villa, fue realmente un cambio que no me resultó para nada placentero ni estimulante.
Me crié en Ciudad Evita y siempre el viaje a Capital Federal era toda una aventura.
Por eso la decisión de concurrir al recital despedida de Sui Géneris, banda que formó parte de nuestra vida desde su inicio en 1970, fue de conjunto y familiar. Canción para mi muerte se nos había metido en el tuétano hasta tal punto que mis sobrinas, 6 o 7 años más tarde, pedían "cantá turu turu turu tururu, tía" y tanto mi hermana como yo sabíamos que era ese tema.
Ese viernes 5 de Septiembre, alrededor de las 4 de la tarde, encaramos para la parada del 86 donde nos sorprendió encontrarnos con amigos, vecinos y conocidos de edades y manzanas aledañas esperando el mismo colectivo con la misma meta.
Subimos al bondi donde nos sumamos y se fueron agregando jóvenes que claramente, por la ropa, por la actitud, evidenciábamos ir todos hacia el mismo lugar.
La sensación de formar parte de un mismo acto, de un mismo fervor se instaló desde allí con una magia que creció paulatinamente al bajar en Hipolito Yrigoyen, encarar por Perú, seguir por Florida hacia Corrientes y ver en cada esquina, en cada cuadra, que esa marea humana crecía paso a paso, en un silencio alegre, reconfortante y emocionado por formar parte de una misma ola que confluiría en el Luna Park.
Mi hermano con mi cuñada (bastante embarazada de mi sobrina Florencia y con Ani de algo más que año y medio en brazos) fueron a la platea; mi hermana, mis amigos y yo a la tribuna.
Lo demás es historia conocida. Los paraguas abiertos dentro del estadio. Los coros, las canciones prohibidas. El mítico Botas Locas que en Pequeñas anécdotas de las instituciones fue reemplazado por El tuerto y los ciegos y el fantástico Tango en segunda (a mi no me gusta tu cara y no me gusta tu olor, hay tres o cuatro mamarrachos con los que yo estoy mejor) que en beneficio de la creatividad Charly (entonces Charlie) le dedicó a su productor Jorge Alvarez por censurarle el tema Juan Represión.
Todos los casi 30.000, quienes fuimos a la primera o a la segunda función, salimos flotando de alegría. Seguros de formar parte de una religión que nos acompañaría toda la vida. Nos encontramos a la salida con mi hermano y todavía recuerdo a mi sobrina, levantando la manito y cantándole por sobre el hombro de mi cuñada a la cara de un policía el sonsonete aprendido recientemente en el Luna: "Oooh o oooh o oooh o".
Todavía recuerdo esa sensación de haber sido religados en un sentimiento que nos cobijaría y nos rescataría muchos años más tarde de toda la muerte y el dolor que todavía nos faltaba por vivir.
Ayer Canción para mi muerte sonó varias veces en la radio de casa hasta que pregunté el motivo. "Hoy es el aniversario de Adiós Sui Generis", me respondió mi marido, a quien conocería seis años más tarde pero que aquel día compartimos sin saber la primera función y fuimos echados por Charlie "porque afuera hay mucha gente esperando, loco". Lucas, mi hijo, le preguntó "¿Y vos porqué fuiste si eras fanático de Spinetta y no de Sui Generis?" "Porque había conciencia de que ese día era un recital histórico, de resistencia, ya estaba el avance de la triple A y se veía venir el golpe", respondió.
Y fue así. Anoche envié un mensaje de texto a todos los contactos registrados en mi celular que compartieron aquel recital conmigo: mi hermana Alicia, mi hermano Carlos, mi cuñada Diana, mi sobrina Ani y no le mandé un mensaje a Florencia porque apenas habrá escuchados las vibraciones desde la panza.
 "Feliz día de Adios Sui Generis" fue el texto del mensaje y me parece que, entre tantos días especiales implementados para beneficio del comercio, no estaría mal implementar esta efemérides para el día de la música, la memoria y esa religión que se llama rock.