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jueves, 6 de septiembre de 2012

Es parte de la religion

Ese 5 de septiembre de 1975 todos los jovenes que nos dirigimos al Luna Park fuimos parte de una comunión tácita.
Dos años antes había recibido el golpe de Pinochet saltando sobre el escritorio de mi pupitre de segundo año del secundario, cantando a gritos "Atención, atención, toda la cordillera va a servir de paredón" en lo que supo ser la división de segundo más quilombera del colegio. Así se denominaba entonces a los adolescentes que supuestamente aprovechabamos la excusa política para distraernos de la lección escolar. Yo formaba parte a su vez del grupo más quilombero de ese sector del alumnado. Un grupo conformado por compañeros de diversas inclinaciones políticas pero unidos en ese interés por lo que venía sucediendo más allá de los muros del colegio, más allá de las fronteras, más allá de los libros de estudio. Discutíamos sobre de quién fue la culpa por lo que pasó en Ezeiza, por ejemplo, cada uno convencido de estar en lo cierto pero hermanados en el afecto más allá de las diferencias ideológicas.
Esa primavera y ese verano fui a ver en vivo a Charlie y a Nito en dos lugares: el boliche El Cepo de Ramos Mejía y el Club Argentino de Castelar, donde vivía mi prima y donde me enamoré por primera vez a primera vista.
Al año siguiente, aquella división fue atomizada y repartida en las otras tres divisiones de tercero. La comisión de delegados había sido disuelta y el bullicio entusiasta fue reemplazado por prolijas filas caminando en silencio hacia las aulas.
La cercana muerte de Perón, el crecimiento de las tres A y el advenimiento del golpe militar, más que olfatearse en el aire, ya comenzaba a cortar la respiración.
En cuarto año, ya me encontraba rodeada de compañeros más interesados en la marca de ropa que se ponían para ir a bailar a boliches oscuros, que en la música nacional y los recitales de rock.
Las ruedas de guitarra, el fogón y la comunión adolescente había sido reemplazada por valores más mezquinos, por la segregación al diferente y el prejuicio.
Para mí, que había atravesado toda mi educación formal en esa escuela pública que incluía a clase media menos que más pudiente con chicos que venían de la villa, fue realmente un cambio que no me resultó para nada placentero ni estimulante.
Me crié en Ciudad Evita y siempre el viaje a Capital Federal era toda una aventura.
Por eso la decisión de concurrir al recital despedida de Sui Géneris, banda que formó parte de nuestra vida desde su inicio en 1970, fue de conjunto y familiar. Canción para mi muerte se nos había metido en el tuétano hasta tal punto que mis sobrinas, 6 o 7 años más tarde, pedían "cantá turu turu turu tururu, tía" y tanto mi hermana como yo sabíamos que era ese tema.
Ese viernes 5 de Septiembre, alrededor de las 4 de la tarde, encaramos para la parada del 86 donde nos sorprendió encontrarnos con amigos, vecinos y conocidos de edades y manzanas aledañas esperando el mismo colectivo con la misma meta.
Subimos al bondi donde nos sumamos y se fueron agregando jóvenes que claramente, por la ropa, por la actitud, evidenciábamos ir todos hacia el mismo lugar.
La sensación de formar parte de un mismo acto, de un mismo fervor se instaló desde allí con una magia que creció paulatinamente al bajar en Hipolito Yrigoyen, encarar por Perú, seguir por Florida hacia Corrientes y ver en cada esquina, en cada cuadra, que esa marea humana crecía paso a paso, en un silencio alegre, reconfortante y emocionado por formar parte de una misma ola que confluiría en el Luna Park.
Mi hermano con mi cuñada (bastante embarazada de mi sobrina Florencia y con Ani de algo más que año y medio en brazos) fueron a la platea; mi hermana, mis amigos y yo a la tribuna.
Lo demás es historia conocida. Los paraguas abiertos dentro del estadio. Los coros, las canciones prohibidas. El mítico Botas Locas que en Pequeñas anécdotas de las instituciones fue reemplazado por El tuerto y los ciegos y el fantástico Tango en segunda (a mi no me gusta tu cara y no me gusta tu olor, hay tres o cuatro mamarrachos con los que yo estoy mejor) que en beneficio de la creatividad Charly (entonces Charlie) le dedicó a su productor Jorge Alvarez por censurarle el tema Juan Represión.
Todos los casi 30.000, quienes fuimos a la primera o a la segunda función, salimos flotando de alegría. Seguros de formar parte de una religión que nos acompañaría toda la vida. Nos encontramos a la salida con mi hermano y todavía recuerdo a mi sobrina, levantando la manito y cantándole por sobre el hombro de mi cuñada a la cara de un policía el sonsonete aprendido recientemente en el Luna: "Oooh o oooh o oooh o".
Todavía recuerdo esa sensación de haber sido religados en un sentimiento que nos cobijaría y nos rescataría muchos años más tarde de toda la muerte y el dolor que todavía nos faltaba por vivir.
Ayer Canción para mi muerte sonó varias veces en la radio de casa hasta que pregunté el motivo. "Hoy es el aniversario de Adiós Sui Generis", me respondió mi marido, a quien conocería seis años más tarde pero que aquel día compartimos sin saber la primera función y fuimos echados por Charlie "porque afuera hay mucha gente esperando, loco". Lucas, mi hijo, le preguntó "¿Y vos porqué fuiste si eras fanático de Spinetta y no de Sui Generis?" "Porque había conciencia de que ese día era un recital histórico, de resistencia, ya estaba el avance de la triple A y se veía venir el golpe", respondió.
Y fue así. Anoche envié un mensaje de texto a todos los contactos registrados en mi celular que compartieron aquel recital conmigo: mi hermana Alicia, mi hermano Carlos, mi cuñada Diana, mi sobrina Ani y no le mandé un mensaje a Florencia porque apenas habrá escuchados las vibraciones desde la panza.
 "Feliz día de Adios Sui Generis" fue el texto del mensaje y me parece que, entre tantos días especiales implementados para beneficio del comercio, no estaría mal implementar esta efemérides para el día de la música, la memoria y esa religión que se llama rock.

2 comentarios:

Vika dijo...

Me gusto, no solo eso, me pone muy feliz volver a leerte Nora.Que bueno que compartas tus palabras con nosotros, los pobres ignorantes de escritura!!!
Gracias!!!

Unknown dijo...

Hola Nora,
es bueno recordad los viejos tiempos: La nostalgia es mágica y trae consigo una incandescencia luminosa que todo lo envuelve. Entusiasma escribir. Yo también me volví algo adicto a esa rutina. Dale un mirada a mi sitio: www.losbuenosvecinos.com.ar Son divertidas las notas sobre Fontevecchia.