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sábado, 8 de diciembre de 2012

Fantasías comunicacionales

Fantasías comunicacionales La ilusión de entendernos Las letras articulan palabras, las palabras articulan oraciones, las oraciones articulan frases, las frases articulan lenguajes y los lenguajes articulan estructuras de pensamiento. Desde allí, cada ser con su propia cosmovisión construida desde la infinita particularidad de cada ser, se comunicamos con los otros con la pretensión de comunicarse y de darse a entender mientras procura entender a los otros. Da vértigo de solo pensarlo. Víctor Hugo Morales suele manifestar su envidia por personas “vírgenes” del goce de alguna pieza artística o cinematográfica que él colecciona como favoritas para volver a disfrutar. Como cinéfila entendí esa envidia y en las reiteradas veces que elijo volver a ver una película determinada, hago diferentes lecturas, encuentro distintas cosas o me enfoco en detalles técnicos según el ánimo y los temas que me dominen en cada momento. Esto convierte a un hecho que se supone cerrado una vez terminada la edición, como es una película, en otro múltiple, sujeto a la subjetividad de un mismo espectador y con absoluta independencia de los diferentes niveles de lenguaje que el creador le haya impuesto a su obra. Rancho aparte es una película basada en una obra teatral que nació en los talleres de improvisación teatral de Julio Chávez. Ya desde la cosmovisión nacional, en tiempos muy anteriores al voto no positivo de Julio Cobos, hice una lectura distinta a la que hice después. Esto no cambia el concepto profundo de la obra, pero le da otra perspectiva. La imposibilidad comunicacional de un hermano rencoroso y su sobrina criados en el campo con una hermana de memoria selectiva sobre sus orígenes que los recibe en su departamento de Recoleta, atraviesa el choque de ese encuentro. Son distintos paradigmas, culturas surgidas de experiencias y realidades que muy poco de común tienen entre sí, cosmovisiones desiguales tratando de entenderse. Tres personas con un mismo origen, contemporáneas y habitantes de casi un mismo punto geográfico en el mapa procurando, con mayor o menor empeño entenderse entre sí. Agreguemos a esto la torre de babel de los diferentes idiomas. Hablar otro idioma al natural nos exige un ejercicio parecido al de cambiar un dial en la mente, para situarnos en la forma de construir las frases del otro lenguaje y acomodar nuestros pensamientos a la estructura de ese lenguaje. Sigue dando vértigo pero, por suerte, hay lenguajes universales. Códigos comunes Cuenta una anécdota que al conocer a Charles Chaplin en una reunión de celebridades en Norteamérica, Albert Einstein le confesó su asombro “Todo el mundo lo entiende y lo admira”, entonces Chaplin respondió “Lo suyo es más notable, porque prácticamente nadie lo entiende y sin embargo todo el mundo lo admira”. Tal vez estas dos potencias al encontrarse hayan utilizado un término más preciso y menos generalizador que “todo el mundo” para referirse a la popularidad. Así me llegó la historia y aunque no fuera cierta vale como lección en sí misma. Tal vez en esto último está basada toda la fascinación por la mitología que, por universalizada, es un buen modo de transmitir pensamientos y tradiciones en códigos que terminan por ser comunes a muchas lenguas. Tradición es la ilusión de permanencia dice Woody Allen disfrazado de Harry en su obra, un cineasta que si algo sabe hacer es comunicar. Cuando Woody Allen, en su propia construcción de sí mismo, dice de sus obras que él no hace más que narrar sus tragedias y el público las transforma en comedia, lo que pone de es manifiesto la cuestión de la subjetividad ante un mismo hecho. Comedia es tragedia más tiempo, agrega en Crímenes y pecados y entonces habla de la distancia emotiva necesaria, otro rasgo de la subjetividad. La emoción es un lenguaje universal que también se cuela por el cuerpo, con eso trabajan los actores y resulta un código común que la mayoría de las veces ni siquiera registramos en nosotros mismos. Cuanta mayor inteligencia emocional se tenga para controlar este aspecto, mejor resulta la defensa en una sociedad que hace de la información sobre las personas un arma de valor incalculable. Las emociones se imprimen en el lenguaje corporal y nada resulta más inconsciente ni revelador de nosotros mismos que este lenguaje. En el mundo laboral conocí a un personaje que bajaba la guardia cuando se entregaba al placer de “descuerar” a alguien de la oficina por teléfono. Amparado en lo inaudible de su conversación, colocaba su mano como bocina, cosa curiosa porque sabíamos que él se dedicaba a leer los labios de las conversaciones ajenas, y clavaba con expresión de malicia los ojos en quien era evidente que estaba criticando. La serie Ligth to me se basa en este fenómeno y nuestro personaje hubiese terminado esposado. Una que sepamos todos Ya lo dejó bien establecido Roberto Fontanarrosa: Las palabras que forman el lenguaje están cargadas de ideología. Las palabras que elegimos para expresarnos revelan de una y otra forma la ideología que tenemos. Si escucho a una persona decir “En los hijos hay que invertir porque eso vuelve un como boomerang” arriesgo a suponer que comparto con esa persona el concepto de hijos y de boomerang, pero cuando empiezo a preguntarme a qué se referirá con invertir, ya entiendo que tiene una visión mercantilista de las relaciones y que el resultado de la reproducción está calculado en términos de perdidas y beneficios. Es una lectura subjetiva y con cuantos más elementos y códigos se cuenta aumenta la capacidad de entender. Es cierto que muchas veces un gran acopio de herramientas lingüísticas da como resultado una cierta dificultad a la hora de expresar lo que se piensa, pero del mayor o menor esfuerzo que pongamos en tratar de bajar el concepto de esa idea a un lenguaje que sepamos todos, depende la comunicación con el otro. Llegados a este punto, si esta página tuviera música, uno de los más sublimes lenguajes universales, sería pertinente cerrarla con dos notas bien porteñas, que entendemos aún los más legos en partituras: Sol do.